Pintando el arco-iris

    



  Tarde de verano. En el bosque llovía y llovía. El cielo se había quedado blanco, muy blanco, como la cara de un payaso triste. Siete duendes escondidos en los pinos, en los claveles, en las margaritas, en las margaritas, miraban con aburridos ojitos cómo llovía sobre los árboles, sobre las flores, sobre el lago. Y los enanitos escuchaban encantados la canción de la lluvia, porque la lluvia cantaba con voz cristalina. Pero no los dejaba jugar ni a la mancha, ni  la ronda redonda. Ni siquiera a la rayuela o al martín pescador.
   ¿Tantas lágrimas guardaban las nubes? 
   Por fin, el chaparrón se acabó, o se acabaron las lágrimas o, tal vez, las nubes se cansaron de llorar. Y se iban, se iban las nubes y el cielo asomaban sus ojos celestes, sus ojos azules.. Entonces los duendes, que son muy curiosos, quisieron averiguar adónde se iba la lluvia con las nubes.
  ¿Cómo subirían hasta el cielo? Decidieron pintar un puente, un puente de colores. Cada enanito eligió un color. A ver, a ver... ¿Quién adivina? ¿Negro, blanco, gris? ¡No! ¿Qué colores más serios! Adivinen, adivinen. Los siete enanitos eligieron: rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, añil y violeta. Con estos siete alegres colores pintaron el arco-iris. Uno por uno fueron sabiendo despacito, muy despacito, y cuando llegaron a orillitas del cielo descubrieron... ¿Qué descubrieron? Y... ese es otro cuento. 

                                                                                                       Texto: María Graciela Kebani

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