El panqueque volador

  


El gatito Bigotitos, una tarde de invierno, decidió invitar al ratón Tomasito a merendar. El sol, redondo y anaranjado como un durazno, brillaba en el cielo, solo un poquito, porque hacía frío, mucho frío. Tocaron las cinco y se oyeron cinco campanadas, ni más ni menos.


 El ratoncito golpeó en la puerta. Toc, toc, toc. Bigotitos lo recibió con una sonrisa tan larga como sus bigotes. La merienda estaba lista. Sobre la mesa se veían dos tazas de café, una bandeja con alfajores de chocolate, panqueques y mermeladas de damasco y de ciruelas. Mientras Bigotitos saboreaba su café con mucha, muchísima leche, sucedió algo inesperado. Cuando Tomasito intentó probar el exquisito panqueque, especialmente preparado por Bigotitos, el travieso panqueque, primero, dio un gran salto. Imagínese chicos que salto tan, pero tan alto dio, que salió por la ventana volando como si fuera un plato lleno de mermelada. El panqueque, voló y voló, sabiendo hasta las nubes, endulzando el viento, que ahora tendrá gusto a caramelo. Tomasito no sabía qué hacer. Sus ojos volaban persiguiendo el panqueque a través de los aires, como barriletes. El ratoncito, aquella tarde se quedó sin panqueques y sin dulce de leche. ¿Quién se lo comió? ¿Las nubes, el sol, o quizás el viento, que es muy glotón? Bigotitos prometió preparar otra merienda, pero sin ningún panqueque volador.


                                                                                                                 María Graciela Kebani

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